La refrigeración comercial, tal como la conocemos hoy en día, es fruto de una larga evolución tecnológica que se remonta a miles de años atrás. Desde las primeras técnicas rudimentarias de conservación con hielo y nieve hasta los sofisticados sistemas inteligentes actuales, la necesidad de preservar alimentos ha impulsado la innovación en este campo.
En la antigüedad, el hielo y la nieve eran los principales métodos para conservar alimentos. Civilizaciones como la china, la romana y la egipcia construían pozos de hielo y almacenes subterráneos para mantener bajas temperaturas. En el siglo XVII, se comenzaron a utilizar mezclas frigoríficas de hielo con salitre para enfriar, sentando las bases para el desarrollo de la refrigeración artificial.
El siglo XIX marcó un hito con la invención de la refrigeración mecánica. En 1834, Jacob Perkins construyó la primera máquina de refrigeración por compresión de vapor, utilizando éter como refrigerante. Posteriormente, ingenieros como Carl von Linde y James Harrison perfeccionaron la tecnología, impulsando su aplicación en la industria cervecera y cárnica.
El siglo XX trajo consigo avances significativos como la introducción de refrigerantes sintéticos como los clorofluorocarbonos (CFC), que permitieron la producción masiva de refrigeradores domésticos y comerciales. Sin embargo, el impacto ambiental de estos refrigerantes llevó a la búsqueda de alternativas más sostenibles.
En las últimas décadas, la refrigeración comercial se ha enfocado en la eficiencia energética y la sostenibilidad. Los refrigerantes naturales como el CO2, el propano y el amoníaco han resurgido como alternativas ecológicas. Además, la incorporación de la electrónica, la inteligencia artificial y el internet de las cosas (IoT) permite una gestión inteligente de los sistemas, optimizando el rendimiento y minimizando el consumo energético. El futuro de la refrigeración comercial se vislumbra prometedor, con la exploración de nuevas tecnologías como la refrigeración magnética y termoeléctrica.
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